LA ESPINA
Entrada
en la dehesa, platero ha comenzado a cojear. Me ha echado al suelo –pero hombre
¿Qué te pasa?
Platero
ha dejado la mano derecha un poco levantada, mostrando la ranilla sin fuerza y
sin peso tocar casi con el casco la arena ardiente del camino.
Con
la solicitud mayor, sin duda, que la del viejo dardon, su médico , le he
doblado la mano y le he mirado la ardilla roja. Una espina larga verde, de
naranjo sano, esta clavada en ella como un redondo puñalito de esmeralda
estremecido al arroyo de los lirios amarillos, para que el agua corriente le
lama con su lengua pura, la heridita.
Después
hemos seguido hacia el mar blanca, yo delante, el detrás cojeando todavía y
dándome suaves topes en la espalda.

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